Me echo la tierra encima:
veo pasar las horas.
Van en procesión, con capuchones rojos;
llevan una pera colgando, como borla.
Quiero separar una y no puedo.
Quiero agarrar una, como se agarra
un caballo salvaje para domarlo,
montarlo, y al trote recorrer
la loma pelada, donde en agraz,
las viñas, nunca maduran.
Pero se va esa hora, incrustada
en labor de olivo y brillo de quincalla.
Otra, una, la única, la imposible...