domingo, 3 de noviembre de 2013

Colirrojo



Pajarillo que acompañas
el amanecer desde ahí,
desde la lima tesa
que surca la ventana.

Anda ve, adelántate,
sobrevuela las calles, dime
cómo viene el día;
si clarea de limpio el mundo.

Pajarillo, yo sé tu nombre.
Dime si la gente sonríe;
si han dejado los poderosos
de machacar a los más débiles;

si hay alguien que siembra...
Vuela colirrojo, trae
un ramo, y me levantaré
a compartir esa esperanza.

   Santos Jiménez   Noviembre 2013

jueves, 19 de septiembre de 2013

Tenían toda la tierra del huerto para engordar, pero prefirieron aherrojarse en el único obstáculo existente: un gancho de hierro que llegó con el estiércol...

lunes, 1 de julio de 2013

Estética de la experiencia


Aguanta corazón. Resiste.
Yo esculpí en ti
con insistencia de abeja
que pecorea cantueso,
y olvidé mi rostro.
Por eso tengo esta cara
de entonces, de aquellos...
Resiste. Aguanta.
Hay donde agarrarse:
al ardor del clavo
que siento en el costado,
a la cola del viento que, 
como camisa de culebra,
se enreda por la hierba.

Y olvidé mi cara;
la cirugía necesaria
que va trazando el tiempo
con el instrumental del alma,
–sea lo que sea el alma–
ni ancila, ni herencia,
pellizcos de barro que se adhieren al rostro.


       Santos Jiménez   1/7/2013

viernes, 14 de junio de 2013

En la desolación del incendio (La Rubía. Cuevas del Valle)


Todo es silencio.
Un silencio que se ensancha
cuanto más lo escuchas.
Vuelvo y acompaño.
Traición sería no hacerlo.
Me ahogué de angustia.
Me revolqué en el fango
de las fuentes.
Es verdad que luego
el cantar del pinzón  
fue lienzo de seda en el aire
que me secaba otra lágrima.

lunes, 6 de mayo de 2013

Como esperando a Godot

Me echo la tierra encima:
veo pasar las horas.
Van en procesión, con capuchones rojos;
llevan una pera colgando, como borla.
Quiero separar una y no puedo.
Quiero agarrar una, como se agarra
un caballo salvaje para domarlo,
montarlo, y al trote recorrer 
la loma pelada, donde en agraz, 
las viñas, nunca maduran.

Pero se va esa hora, incrustada
en labor de olivo y brillo de quincalla.
Otra, una, la única, la imposible...

jueves, 11 de abril de 2013

La silla

Reparaba con mimo, y hasta con amor, cada desperfecto de la silla. Sabía que los remaches cedían con el uso y terminaban partiéndose. Cogía, entonces, unas tenacillas y desalojaba aquel rancajo inservible, colocando un pasador nuevo del mismo diámetro que el dañado. Al cabo de unos años solo quedaban unas pocas piezas de las originales. En la tienda insistieron en decir que la silla gozaba de cinco años de garantía. A él le hizo gracia esa forma de interpretar el verbo gozar, pero nunca abusó del compromiso. Iba reparando lo que consideraba fatiga por exceso uso. Tal vez el fabricante no tuvo en cuenta en su valoración al realizar las pruebas de resistencia, que aquella silla iba a ser usada a diario por un cuerpo inquieto de noventa y ocho kilos y tres cuartos, que orinaba, comía, cambiaba de música, ponía papilla a los gorriones de la terraza, salía de vez en cuando a comprar chocolatinas para volver a caer irremisiblemente en la loneta ajustada a las barras laterales de impecable aluminio. Se fue uniendo tanto a aquel asiento articulado que muchos conocidos, involuntariamente, asociaban su nombre con su cuerpo en calcetines gordos de lana, despanzurrado sobre el color berenjena de la hamaca.
Tuvo, a lo largo del tiempo, lejanos ya los años de gozosa garantía, varios sustos de relativa importancia. Pongamos que, estando en el hemistiquio de algún verso, pues era aficionado a la poesía clásica, un chasquido lo sacaba del ensimismamiento encontrándose a un palmo del suelo: era otro remache que cedía.
Sabía que un día sería el último, que aquellos apaños no eran más que eso, remiendos para ir tirando; que el calor del sobrepeso comba los soportes principales y las tirillas de fibra que como costillas los complementan; que la inclemencia y el tiempo cuartean hasta el más duro escay; que el trenzado uniforme de cuerda blanca cede como bejuco de puente colgante con exceso de personal a punto de precipitarse en el abismo. 
Sabía también que en ese instante él estaría tumbado en tan homicida pretil.


   De El vendedor de cerezas, que ya viene por Ramacastañas


  Cuando éramos pequeños se iba bastantes veces la luz. Si preguntábamos, ¿cuándo vuelve?, mi madre decía: "pronto, ya viene por Ramacastañas”.

jueves, 28 de febrero de 2013

Dolencia del terruño y más


Caigo de confusión, pero no rabio.
Por costumbre, tal vez, en la blasfemia
alquilo, por desahogarme, un cuarto.
Porque es gran esperanza el maldecir

yo no la quiero, ni quiero el sabor
de boca que después es toda sangre.
¿Y cuántos como yo, sin ser, seremos
nadie, sombras que se acercan al agua?

El agua que existiendo en su destello
bruñe la mano y me refresca el ojo.
Así, en faceboock, quiero decir: desisto

de ver martirizadas mis orejas,
putrefactas mis vísceras más nobles, 
vacía, como el ojo de un ave, mi alma.


   Entre la gripe y la sinvergüenzonería no vivo.

   Sigo escribiendo porque no sé qué hacer con tantos lápices.

  Besos y abrazos, amigas y amigos. Os quiero

domingo, 24 de febrero de 2013

La gloria de otro día





Noche de luna y de luciérnagas, dame la calma
que necesita el hombre para llegar
hasta las claridades primeras: ese momento
en el que las gentes del campo ponen en marcha
el mundo tirando de una cuerda.

Lava con tus paños negros la fatiga y el sudor de los días,
para que limpia y aterciopelada brille la piel
en las barandas, en los rosicleres de la aurora,
en la arista azul de la piedra, donde canta 
el pájaro que llaman roquero solitario.

Acúname en ictericia de sueño;
en tu luz reflejo de silencios, blanda
como para ser besada.
Que la mañana me coja sin espinas y a salvo
del acérrimo rodar de la costumbre.
Y pueda agradecértelo a besazos de alba...







domingo, 13 de enero de 2013



Él, el viejo zorro, también se llevó mi imagen
 entre los pinos nevados, 
al otro lado del arroyo donde los sauces.