Golpe bajo
Con la música del
organillo le venían las palabras de su padre. Envueltas entre las notas de la
música caían desde lo alto, desde la luz cromada de la bóveda gótica. Una
lluvia de letras componiendo las frases tantas veces oídas.
Él estaba allí, de
pie, junto al altar, cumpliendo o realizando al fin, el más insistente de sus
consejos: “Cásate con una rica, hijo; es la única manera que tenemos los pobres
de hacer un poco de revolución y de tracamundear, de paso, las clases sociales.
No hay otra”.
Pero cómo un hombre
con los PENSAMIENTOS y con los IDEALES de su padre podía decir esas cosas.
Él se lo había creído
y ahora iba a casarse con Rosaura o con el vestido de lentejuelas de Rosaura;
con su diadema de siete zafiros; con su sortija de oro simulando licuarse,
último capricho de un excéntrico orfebre; con sus zapatos de diamantes,
absolutamente hechos de diamantes, como hay calaveras confeccionadas con diamantes...,
con el chanclo de corcho, también, en el que al fin y al cabo se deberían
sustentar aquellos diamantes que hasta decurrían por el tacón y cuya punta
terminaba, como no, en un diamante; con el bolso de novia, semejante bolso de
novia de policromada pedrería; con la pulsera indescriptible de valor
incalculable; con el collar, los pendientes y los alfileres condescendientes
con la plata, resumido todo luego en semitransparencias de mucho encaje y micro
fibra, ligeras, sutiles, blanca lencería, eso ya oculto a la vista, acomodado
en el acomodado cuerpo gentil de Rosaura, haciendo nido en sus lozanías,
apretando un poco más, aunque parecía imposible prensar aquel prensado,
delicioso, magro y perfecto cuerpo de Rosaura...
¿Y si eran solo
palabras, cosas de su padre?... Su padre era un hombre de palabra, sí, pero,
ay, también de muchas palabras, y entre tantas...: “Hay que saber esperar, te
enamorarás igual de una que de otra; a vuestra edad sobra amor, y muere y
renace ese amor como la hierba aunque lo riegues con besos o con lágrimas”...
Era otro de sus estribillos.
No podía ser cierto.
Aquel hombre que hasta el día de su muerte mantuvo la DIGNIDAD, el COMPROMISO,
la INTEGRIDAD... Leyó entonces el fragmento apologético de un pasaje bíblico
escrito con letra cancilleresca sobre el esmalte de un azulejo del Puente del
Arzobispo: “Aunque repartiera todo lo que poseo e incluso sacrificara mi
cuerpo, pero para recibir alabanzas y sin tener el amor, de nada me sirve.”
Soltó con delicadeza
la delicadísima mano de Rosaura y salió de la iglesia lentamente, mirando las
caras de los invitados. Todas y todos tenía el rostro de su padre.
Sonaba, ahora sí, in
crescendo, como tendones con
rabia arañando las junturas de las piedras, el organillo.
19/9/2012 Mientras se pasan los higos Cuevas del Valle Santos Jiménez