La venganza de la
prosa
Perdí el poema. Bueno,
tal vez era solo apariencia de poema por su disposición como en versos. Me lo
perdió el ordenador maniobrando en la tecla equivocada.
No hubo manera de
recuperarlo.
Era sobre la cabeza:
“No quiero perder la cabeza en los caminos y volver sin ella y seguir ya sin
ella, como tantos. Yo también soy uno de tantos, pero aún con mi cabeza.”
Algo así decía y
muchas más cosas, como que no fuera una alcancía que solo sirviera para meter
dinero por la ranura convirtiéndose así en su propio testaferro; pues bien
sabemos que puede una cabeza ser cabeza de hierro sobre su cuerpo y oscilar
pesada llena de monedas...
Y que no la enganchara
la guillotina del momento.
Aunque las cabezas que
aprehenden la esencia de la rosa y anhelan una nalga en pétalos de gardenia
están fuera del momento. Sí, una nalga, la tuya, que me miras con esa cabeza
donde los ojos antes de ver lo acarician todo con la mirada.
“Y desde el cuello ya
es la cabeza planeta en el aire. Inteligencia. Y libre, ahí, es más que una
parte y sin ella nada la otra parte”.
No sé. Cuando los
versos se pierden no hay manera de enmendarlos, aunque sean estos deshilachados
versos míos, versos tuertos, no versos sino indicio de quebranto y de ansia
social. Cebo que prendo buscando beneficio de caricia.
Eran a mi cabeza
enredada en las zarzas del camino, no a mi pelo, del que carezco con pesadumbre
como de todo aquello que siendo nuestro nos fue hurtado.
Querer escribirlo otra
vez es como componer de nuevo un racimo de uva despalillado, pensé. Ahí estuvo
cual era hasta con su mildéu, y ya no hay más.
Se disolvió entre los
jugos gástricos de mi ordenador de mesa.
Santos Jiménez
Santos Jiménez