martes, 28 de febrero de 2012

Baladas de los pueblos vagos


Era un pueblo de perros hambrientos; la mayoría cruce de pastor alemán y perro lobo.
Luego se acercó un chucho canijo y casi mete el hocico en la fiambrera. Supo esperar y se comió los restos de dos chuletas. Le costó gran esfuerzo masticar y desastillar los huesecillos. Entre el hambre y lo nervioso que estaba casi se ahoga.

Los dueños del bar tenían una niña que vino a la mesa donde tomaba café.
-¿Qué escribes? -preguntó. -¿Ves aquel monte de enfrente?, -le indiqué a través de la ventana, ¿ves que tiene unas partes blancas, con ventisca, y otras muy oscuras del color de la retama en el invierno...? Describo ese contraste y me invento unas cabras. -¡Aquí no hay cabras! -exclamó con un mohín de fastidio. -Ya lo sé, por eso me las invento. -¡Eres un mentiroso!

-Deja al señor, le dijo su madre, una mujer joven con las manos curtidas de lavar la vajilla y con un rostro dulce y limpio como la piel de una manzana reineta. -Tiene una hija preciosa. -Sí, pero está muy sola, no hay más niños en el pueblo y pronto tendrá que ir a la escuela. Ya hemos comprado un piso en la ciudad...

Cuando vuelva a este pueblo también tendré que inventarme a los niños.



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