martes, 28 de febrero de 2012

Baladas de los pueblos vagos


Era un pueblo de perros hambrientos; la mayoría cruce de pastor alemán y perro lobo.
Luego se acercó un chucho canijo y casi mete el hocico en la fiambrera. Supo esperar y se comió los restos de dos chuletas. Le costó gran esfuerzo masticar y desastillar los huesecillos. Entre el hambre y lo nervioso que estaba casi se ahoga.

Los dueños del bar tenían una niña que vino a la mesa donde tomaba café.
-¿Qué escribes? -preguntó. -¿Ves aquel monte de enfrente?, -le indiqué a través de la ventana, ¿ves que tiene unas partes blancas, con ventisca, y otras muy oscuras del color de la retama en el invierno...? Describo ese contraste y me invento unas cabras. -¡Aquí no hay cabras! -exclamó con un mohín de fastidio. -Ya lo sé, por eso me las invento. -¡Eres un mentiroso!

-Deja al señor, le dijo su madre, una mujer joven con las manos curtidas de lavar la vajilla y con un rostro dulce y limpio como la piel de una manzana reineta. -Tiene una hija preciosa. -Sí, pero está muy sola, no hay más niños en el pueblo y pronto tendrá que ir a la escuela. Ya hemos comprado un piso en la ciudad...

Cuando vuelva a este pueblo también tendré que inventarme a los niños.



lunes, 27 de febrero de 2012



Algo del Sol, con otros pormenores


El viejo decía que yo solo tenía la salida como los toreros:
un apretón y nada más. Y que ponía mal tipo con la azada,
como si para cavar hubiera que poner buen tipo
con lo dura que estaba aquella tierra.
Ahora hace falta algo más que un arrebato.
Habrá que invocar a Teresa y a Juan
o escribir de rodillas como la santa.
¡Ah! eso no, mis rodillas, con artrosis, al suelo, ni hablar;
antes me quedo sin obra.

           Son las nubes, sombrean el valle, crean formas.
La ausencia de viento ha propiciado el rocío,
la hierba luce un vestido de lentejuelas
para la fiesta del día.
Se mueven, las nubes se mueven, encajan
sobre los montes para poner un marco al Sol.
Ya está. Y sale con armiños y tiara
único oro y único rey y único dios.

Habrá que quitarse el sombrero y hacer
una leve inclinación ante la luz
que se va esparciendo sobre el mundo.
Ya ha llenado las copas de las sombras,
calienta la sangre, la piedra,
calienta el hierro de las herramientas
y calienta la ropa que estaba esperando
su tibieza matriarcal en el balcón.

Y suenan flautas, las flautas de fuego del Sol
afinadas con la precisión de la distancia
para no achicharrarnos las orejas...

                                                 










   

miércoles, 15 de febrero de 2012

Febrerillo de loco acordeón




Al final te has quitado las botas.

Tal vez se haya hecho tarde para salir.
Ahí afuera hace frío. La ventisca
ha dibujado un borde pálido
en el perfil de los cantos del empedrado.
El aire lía su hilo inextricable por el valle.
El viento, el aire ¿acaso no son lo mismo?,
amontona papeles y bolsas de chucherías
en los umbrales de las puertas.
Silban flautas, causal y casualmente,
de hierro dulce en los tejados.
Hiela, el agua de los charcos
se está helando, la tierra se está helando
y se levanta en caparazones de cristal.
La noche es un toldo oscuro
para una feria fundida; lo negro lame
el brillo municipal de las farolas.
Ondea una hoja apegada a una rama
como seca bandera de territorio sin nombre.
Es una de esas hojas que un laborioso gusano
cose con hilo blanco y que encierra en su seno
huevos, para una primavera de orugas.

Tal vez se haya hecho tarde. El acordeón riela
y deja en el viento, en el aire, ¿acaso no son lo mismo?,
plisadas sus sábanas de melancolía: esa mudanza
del cuerpo, ese destemple del ánimo.


 

miércoles, 8 de febrero de 2012

Flor de caléndula, dulce consuelo del invierno




Eres de temperamento inestable.

Te martirizan las noticias del periódico. 

Ese arbitrio tal vez sea una suerte

contradictoria de equilibrio. Quién sabe.

Un hogar de circunstancia.


Si te conmueven hasta las pequeñas
caléndulas de las viñas que como brasas
iluminan el suelo del invierno...
Esa flor amarilla y solitaria que
apegada a la tierra, atrae la mirada.

Porque en estos días torvos de nubes
oscuras y secos vendavales que vuelan tejas
y enloquecen las antenas de los tejados,
ellas son esperanzadas y minúsculas razones
de calor y de color en los caminos.

Y el periódico, información, sí, y dolor:
dolor de saber lo que no veremos,
dolor de saber lo que no tendremos,
mero dolor de saber, que ya es dolor punzante,
adictivo, irrenunciable...